sábado, 30 de junio de 2012

I De Cardexía a Misamis

"DE  CARDEGIA  A  MISAMIS"

"Notas de un viajero"
PROLOGO
D. César Augusto Velón Pardo
El prímero de Octubre de mil ochocientos ochenta y nueve, mi abuelo partía, no de Villalonga, Sanxenxo, sinó desde el pazo famuliar en la parroquia de Santa María de Filgueira, en Cardexia, Lalín, camino de las Islas Filipinas...

Mi abuelo, D. Cesar Augusto Velón Pardo, se encaminaba a tomar posesión de su plaza como Juez en una de las provincia españolas de Ultramar: las Islas Filipinas.  Éstas son las cartas que escribió a su amigo Emilio, ilustradas con fotografias reales de la época encontradas en el Pazo de los Pardo en Revel, Villalonga.

A Emilio:

Dedícote estos apuntes; en primer lugar, por la íntima amistad que mutuamente nos profesamos; y en segundo lugar por la convicción que tengo de que nadie como tú los apreciará y aún los supondrás un valor que seguramente no merecerán. Pero tú acostumbras a ver lo que de mi procede por cristal de aumento y sin duda calificarás injustamente estos mal perjeñados renglones a los que cuadraría mejor que "notas de un viajero", el pomposo título de "Impresiones de viaje", pero no me valgo de él por lo mucho que se ha abusado de esa frasecilla y que ocasiona se haga un gesto de desdén cada vez que nuevamente se lee. Iré apuntado lo que observe, lo que sienta, lo que me recuerde y todos los acontecimientos y aventuras que en mi peregrinación ocurran.

Y basta de preámbulos.

- I -
SALIDA  DE  CARDEGIA.    SANTIAGO.    CORUÑA.     MADRID. LLEGADA  A  BARCELONA
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Muy de madrugada me salí escapado el primero de Octubre por que sólo escapando de allí salir podía. Comprendí que no debía pasar por la escena de la despedida con todos sus accidentes, pues temía no ser capaz de salir del paso y emprender mi viaje entre lágrimas y quejidos... En fin, que en casa no sólo los engañé haciéndoles creer que mi marcha no era definitiva, sino que como todos andaban un poco escamados me largué sin decirles "me voy" y tan solo Nenesita me salió al portal a darme un adiós.

Y héteme camino de Prado a pié, como para despedirme de mis expediciones locomotoriles. En Prado metíme en el coche de la familia Pedreira, en cuya compañía hice el viaje a Santiago y con ellos pasé las horas que allí estuve. ¡Adiós Prado! ¡Borralla! ¡Puente Taboada! ¡Barrio! que diviso a lo lejos; y paso por Silleda y cruzo por Bandeira y llegamos a Puente Ulla donde hacemos alto para comer (que no lo hicimos mal). Pedreira y yo nos fuimos luego a ver la célebre y para mí misteriosa garganta de San Juan da Boba, volviendo luego a encajonarnos hasta Santiago a donde llegamos a media tarde.

Compostela presentaba el carácter especial del día de apertura de curso, se ve a los nuevos estudiantes examinando la ciudad y a los viejos recordándola; así que las muchachas hállanse animadas y vivificadas por el fuego sacro del amor al tornar a ver después de la ausencia de las vacaciones al dichoso estudiantillo; o en preparar y tender sus redes de cuyas mallas no pueden ni quieren librarse los hijos de Minerva. Arreglé mis asuntos en Santiago y el día dos a la noche marché en la Ferrocarrilana, llegando al amanecer del tres a la Coruña, bastante molido y fatigado.

Descansé; arreglé el asuntillo que allí me llevó y paseábame por la calle Real para hacer tiempo y me encuentro al "sordo de Gontán", cuyas aventuras ya conocerás, pero te encargo me tengas al corriente de su desenlace.

Tomé el tren de Madrid a las 5,30 de la tarde disfrutando a su salida de la hermosa perspectiva que ofrece la Coruña y su bahía, de la que puede gozar algunos momentos, pero que cambia un país árido y montañoso. La noche se viene encima y me priva de contemplar la campiña de Monforte; no vemos tampoco el Monte-Jurado, en donde bajo el túnel por donde pasa el tren hay otro que cruza el río Sil cuya orilla sigue la vía férrea por aquéllos sitios. No pude asimismo admirar en esta ocasión ni el exuberante Barco de Valdeorras, ni el airoso puente que en Toral de los Valos cruza el Sil, sirviéndole de estribos las bocas de dos túneles. Durmiendo recorrí todos esos lugares, así como también Brañuelas y el célebre túnel del lazo en el que pasa por bajo el sitio que se recorrió primero.

Y estamos en Castilla, de la que no quiero hablar pues salir de la hermosa Galicia para entrar en un país tan igual, tan triste, tan desprovisto de belleza; de esos accidentes naturales del terreno que hermosearle pudieran, es como si se entrase en el mismo desierto de Sáhara.

Dejemos pues, en paz a León, Astorga, Palencia, Valladolid y Segovia y trasponiendo el feroz Guadarrama, donde se pasa un túnel regular que tarda 4 minutos en cruzar el tren, y entremos en Madrid, inmenso hospital de los perdidos, como dice Pérez Escrich.

Detúveme en la Corte sólo dos escasos días que dediqué a arreglar mis asuntos en el Ministero de Ultramar y despedirme de algunos amigos.

Encontré a tu hermano muy disgustado por la marcha de Pepe...

Madrid estaba soso. En esta temporada de transición falta todavía gente y la que ha llegado ya, anda ocupada con la instalación de invierno. El Teatro Real y el Español aún están cerrados y los demás, exceptuando la Comedia y tal vez el Lara, dedícanse al género moderno, que merced a la corrupción del gusto, acabará con nuestro clásico teatro. No se encuentra una formal compañía lírica, ni dramática. Lo que priva son las funciones por hora con insulsas y gastadas revistas políticas; disparatados juguetes, y sobre todo, (esto es de rigor), presentar a las coristas luciendo sus propias o alquiladas formas. El traje de éstas hállase ya casi reducido a un pantalón de punto y calzonete o taparrabos. ¡Que decadencia!

No salí de la villa del Oso y el Madroño sin despedirme del espectáculo más genuinamente nacional: de los toros. El día de mi partida mataban Lagartijo y Frascuelo. Ya comprenderás que dada mi afición, no pude por menos de asistir a la corrida aunque salí de la plaza escapado para ir a comer a toda prisa y luego a la estación del Mediodía donde me enchiqueré el día seis a la siete y media de la noche.

Después de Vallecas, Vicálvaro y otras varias estaciones llegamos a Guadalajara. Nada vi más que la estación. Llégase más tarde a Alhama, célebre por su balneario y donde pude admirar unas peñascosas montañas casi verticales, que circundan unos valles llanos como una hoja de papel y perfectamente cultivados. Los limites de las fincas hállanse tirados a cordel y los sembrados y plantíos con perfecta simetría. Pero a todo estola noche avanza y me parece oportuno dormir o por lo menos tenderme un rato.

Desperté cerca ya de Zaragoza, y me preparo para dirigir un vistazo a la herítica e histórica Ciudad. Vemos en la cima sobre el caserío, esbeltas torrecillas que se parecen a minaretes árabes. Luego diviso la iglesia del Pilar en cuya arquitectura entra también el estilo mozárabe a lo que creo. Una amplia cúpula central rodeada de otras más pequeñas pero que elevan sus agujas como para enviar a los cielos las oraciones que los mortales murmuran bajo sus muros ... Pero el tren sigue su marcha y nos conduce por un puente de hierro desde el que se admira otro próximo construido de sillería. Entramos en la estación y a los pocos minutos ¡Adiós Zaragoza!

El terreno, aunque más hermoso que el de Castilla, es poco accidentado. Cultívase el olivo, la vid y también creo algún arroz. Elévanse a trechos algunas montañas y es muy frecuente ver en sus cimas ruinas de, en otro tiempo, inexpugnables castillos. (Cuando estudié historia de España, aprendí: que Castilla debía su nombre a las muchas fortalezas que los señores feudales erigían para la defensa del territorio contra los sarracenos. Líbreme Dios de contradecir tal especie; pero lo que si he observado, y he cruzado Castilla por varias provincias, en diversos viajes, lo que he observado es que Castilla es la región de España, de las que conozco, donde menos castillos se encuentran). Admirable es el de Monzón por junto al que pasamos unas estaciones antes de llegar a Lérida.

En Manrresa, vense infinidad de fábricas. Cruza la villa un poco caudaloso río, con sus aguas completamente turbias pues continuamente se ven detenidas por bien construidas presas que las conducen para utilizarlas como motor en diversos establecimientos industriales. A cada cuatro pasos, puede decirse, se ve un puente. En el centro de la población elévase una monumental iglesia de estilo gótico a lo que infiero.

A partir de aquí, cada estación es un centro mercantil e industrial. Vense talleres iluminados por luz eléctrica como en Sabadell y en todas parte infinidad de establecimientos fabriles.

Y después en Moncada (última estación) se acera la Condal Barcelona. Caminamos ya por entre pueblecillos que son verdaderos arrabales de la gran ciudad, hasta que al fin penetramos en el amplio recinto de la estación. Despídome de los compañeros de viaje, y cogiendo mis bártulos atravieso por entre la turba, de factores, cocheros, ganchos de fondas, etc., etc., que aturden a uno con sus gritos y ofrecimientos. Dejo que coja mis maletas uno que me invita con la fonda u hotel Universal y le sigo. Entramos en un ómnibus que nos conduce por junto al Arco del Triunfo de la Exposición, que ya veré de día y con calma para darte cuenta de él, y recorriendo algunas calles desembocamos al fin en la rambla y dejando allí "le voiture" nos encaminamos a pié a la fonda que está a cuatro pasos.

Ya estoy pues en mi última estación de tierra firme. Aquí pasaré algunos días esperando el embarque que será el 18 en el vapor de la Trasatlántica "Isla de Panay".

Suspendo pues aquí y dejo para capítulo aparte el referir lo que de Barcelona se me ocurra contarte.

Próximo capítulo: Barcelona